Abro los ojos. Veo el reloj y son las 4:14 am. La oscuridad lo hace sentir todo aún más sereno.
Han pasado 36 horas desde que me encerré en esta habitación de 2.5 x 2.5 mts que había estado siendo nuestro cuarto desde hace dos semanas que llegaron mis papás de visita.
A principios de Abril todo era emoción y alegría por recibirlos porque hacía más de dos años que no los veíamos justo por cuidarnos del virus. Quien diría que el destino nos tenía preparada esta broma.
Debe ser horrible enfermarte y confinarte en otra casa, en otro país. Así les pasó a ellos. Sin embargo, aunque detesto que estén contagiados, al menos los tengo aquí para asegurarme que estén “bien”.
En dos días es el cumpleaños de mi mamá y vamos a pasarla juntos como queríamos, y a la vez separados como no lo imaginábamos. ¡Pfff!
Llevamos 72 horas viviendo entre Tylenols, tés de jengibre, inhalaciones de eucalipto, termómetros y oxímetros. Al principio sólo para ellos, y ahora tambièn para mí. Tres de cuatro en esta casa caímos. Ojalá el cuarto la libre.
Duele el oído, duele la cabeza, duelen hasta los pensamientos. Por momentos escucho toses al otro lado de la pared. ¿Porqué estoy escribiendo?
Son las 5 am y todo sigue sereno.