Hoy en la mañana me acordé que tengo algo pendiente de recoger en la tintorería. Algo casual, común y aburrido, como todo lo relacionado con lavar la ropa. Sin embargo, últimamente esto ha sido un tanto particular para mí.
Estamos a unos días de cumplir cuatro años en Canadá, y aunque la mitad se ha ido en pandemia, esto de establecerse aquí ha sido una experiencia que va entrando poco a poco; es como si la ciudad te fuera sumergiendo en ella día con día. Y por extraño que parezca, justo con esto tiene que ver la siguiente historia:
Verás, por ahí del 2019 algunos de nuestros sacos y abrigos ya necesitaban ir a la tintorería, pero por alguna razón en vez de buscar una cerca, agarrar mi bultito, llevarlo y listo, dije “luego” y la metí a una maleta que nunca usábamos. Reacción natural de una procrastinadora semiprofesional como yo.
Poco después empezó la pandemia y pues ¡¿quién necesitaba sacos y abrigos formales en el confinamiento?! Así que la maleta-estorbo naranja siguió en el fondo del closet.
No fue sino hasta que el virus nos dejó reiniciar la vida casi-normal y que nos mudamos de casa esta última vez que me volví a topar con El Bulto Anaranjado; pero esta vez en lugar de meterlo al nuevo closet, lo puse junto a la puerta. Ya era hora de una vez por todas de terminar con el pendientito.
Al día siguiente encontré una tintorería cerca. Pasé y me di cuenta que el dueño era un señor chino ya entrado en años y canas, tímido pero muy amable aunque se le complica considerablemente el inglés.
– Hola, traigo estos sacos. ¡No se imagina cuánto tiempo llevan esperando una buena lavada!
Me sonrío mientras los revisaba, preguntó si los necesitaba para una fecha en específico e hizo una nota en un bloc de hojitas rosas. Yo sonreí de vuelta y dije que no había prisa.
¿No es a caso ésta la interacción más mundana de la vida?
Sin embargo, yo salí de ahí, con mi hojita rosa en la mano, sintiéndome un poco más ciudadana de este lugar, fue como si Toronto me hubiera sumergido un tantito más en ella. Y es que estoy convencida de que las actividades cotidianas y “poco relevantes” son las que nos hacen sentir en casa; es así como se desvanece el sentimiento de ser extranjero o turista.
Desde aquella ocasión he regresado ya dos veces más con el chinito amable. Siempre me sonríe y me pregunta si necesito mi ropa para alguna fecha en especial, luego me da la nota rosa y salgo de ahí sintiéndome con el pechito alegre.
Me encanta como ambos, con un inglés imperfecto, acentos muy distintos, y siendo de generaciones muy diferentes también, interactuamos por menos de cinco minutos y nos sonreímos antes de continuar con nuestras actividades cotidianas, construyendo una vida a miles de kilómetros de donde nacimos.
Cuando uno vive en el extranjero la colección de cosas mundanas (como ir a la tintorería) son diferentes y por tanto algo especiales. (Re)Aprender a vivir en el extranjero en parte consiste en hacer mundanas (para nosotros) las cosas mundanas (de ellos).
Me hizo recordar cuando un día temprano por la mañana regresaba a casa después de comprar pan en la favela en Brasil pensé, ‘hoy no me había acordado que soy extranjero’.
Saludos Silvia
David
LikeLiked by 1 person
Muchas gracias y me quedè sorprendida con lo que cuentas. Yo aún no llego a tener un día en que justo como dices “no me acuerde que soy extranjera”. Pfff! 😯
LikeLiked by 1 person
Silvia! Me encantó, es verdad que son esas cositas sencillas las que te llenan la panza de mariposas, pensando “ya soy un poquito más local”. Creo que para mi fue ir a la farmacia por una medicina que me mandó el doctor y que el dueño (también extranjero, me dijo que de Nigeria) me explicara cómo tomar el medicamento. “Tener” farmacia asignada me hizo sentir un poco más de aquí…jaja!
LikeLiked by 1 person
Ay sí!! Eso de la farmacia asignada, tienes toda la razón. Nosotros aún no tenemos una y siempre veo a los que llegan a formarse para recoger su medicina y pienso “son los de aquí”. :O ¡q tal!
LikeLike