No importa dónde hayamos nacido ni dónde vivamos, lamentablemente siempre llega un momento en que nos convertimos en habitantes zombies.
Con tan poco tiempo viviendo aquí, aún se me puede considerar un bebé en esta ciudad. Estoy en la etapa en la que todo me asombra, tomo fotos de muchas cosas; si no es el cielo (¡las nubes de aquí son lo máximo!), son las hojas de los árboles cambiando de color, o si no la variedad de arte urbano y ni qué decir de las gaviotas que andan por todos lados. Pero obvio esto no siempre ha sido así.
Cuando vivía en México, era una chilanga más que iba de un lado a otro sin notar nada… o tal vez sí, pero sólo lo malo. Por desgracia la monotonía es lo más natural del mundo.
No sé si existe un antídoto para este padecimiento, sin embargo, el otro día conocí a alguien que podría serlo:
Iba en el camión, no estaba muy lleno, por lo que todos los pasajeros íbamos sentados cómodamente. De pronto el conductor tomó el altavoz y empezó a dar algunos avisos de unas paradas en el camino que estaban inhabilitadas y de una puerta del camión que no funcionaba.
Seguro le tomó gusto al micrófono porque de ahí siguió hablando de todo lo que había en nuestro camino: los árboles rojos del otoño, el cielo despejado, el sol que comenzaba a ponerse, etc.
Al principio nadie le hacía caso, seguían metidos en su mundo.
Pasaron las cuadras y él seguía diciendo cosas, poco a poco las personas fueron prestando atención y algunos incluso se reían; no sé si porque en verdad estaban notando el paisaje o simplemente se les hizo chistoso el chofer. Da igual, el cometido se cumplió.

Cuando llegué a mi destino, antes de bajarme le pregunté su nombre y le agradecí el viaje. En ese momento él fue el sorprendido, pensó que se lo pedía para reportarlo o algo así.
Esa tarde Frank curó a varios zombies y les dio, al menos por un ratito, un momento agradable fuera de la maldita monotonía.
Seguro hay más Franks en el mundo, estaría padre ser uno de ellos ¿no?
Le hiciste el día ❤️
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