Para ir al trabajo tomo un camión de sur a norte por una avenida bastante concurrida. Es un traslado de aproximadamente 40 minutos; y dadas las zonas que atravieso, comparto el trayecto con personas de edades, razas y condiciones económicas muy diferentes.
Así el recorrido de hoy:
Al subirme me siento al lado de una chica blanca, castaña y de ojos claros. Un poco más allá, está una chica de raza negra, ambas bastante serias. Por su arreglo parece que van a trabajar.
Un par de estaciones después se sube una típica güera, trae audífonos y bailotea, muy sonriente ella. También llega otra chica castaña de ojos claros que resulta ser amiga de la que va al lado mío. Platican, una de ellas está recién casada y la otra está estrenando trabajo, chismean y se ponen al corriente muy alegres.
En el recorrido, el camión pasa por una estación de metro. Ahí la mayoría se baja, y se sube una ensalada de culturas mucho más variada.
Cuadras adelante, en otra avenida concurrida, se bajan otros más y suben unas niñas orientales que seguro vienen de su high school y al fondo veo a un indio* de mediana edad, serio, muy metido en su rollo. Después llega a la parte donde estoy sentada un hombre con una chamarra con el logotipo de leche LALA, obvio ¡paisano!
Todos toman asiento.
Llaman mi atención los gestos tan distintos de todos; mientras las niñas van entre platicando, riendo y viendo Snapchat; el señor paisano tiene un gesto especialmente serio, saca su celular, se concentra.
Justo en ese momento, viendo la gran variedad de edades y culturas viene a mi mente la trillada frase “cada cabeza es un mundo”. Y si a eso sumamos que todos aquí somos no sólo de mundos diferentes, sino de “galaxias” distintas debido al idioma que hablamos, nuestras religiones, profesiones, estados de humor, edades, ideas, etc.; estos trayectos en el transporte público se convierten en universos completos conviviendo en un mismo espacio. Irónicamente, todos vamos fisicamente hacia la misma dirección, pero mentalmente, giramos en nuestra propia órbita.
De pronto se sube un señor canadiense cercano a la tercera edad, de esos que son extrovertidos por naturaleza. Se sienta junto a mí, y mientras escribo estas líneas me dice, refiriéndose a mi computadora: “Oh! you have a big one!” (¡Oh, tienes una grande!), sonrío y asiento. Dos mundos chocamos.
*Indio es el gentilicio, “hindú” es aquella persona que practia el hinduismo. No te me vayas a confundir.