Siempre había sido de la idea de que lo que dijera la mente había que dejarlo fluir, que saliera de forma escrita, hablada, a través de dibujos, baile, deporte, o como fuera pero que saliera. “Catarsis” es un término que uso regularmente, y una actividad que siempre he considerado prioritaria.
Así me conducía yo por la vida hasta hace unas semanas que en sesión con mi maravillosa psicóloga, todo cambió. Lo que yo llamaba “catarsis” estaba siendo contraproducente.
Debido a varias situaciones mi cerebro andaba desbocado, fabricando una cantidad impresionante de pensamientos que cero ayudaban a mi paz mental, y yo ni en cuenta. Llegó un punto en que estaba por demás abrumada y fatigada, y al sentirme así, mi cabeza se puso a generar aún más pensamientos… así, casual.
Digamos que por creer que mi cerebro podía crear la solución a todo lo que pasaba adentro y afuera de mí, caí en un loop infinito bastante jodido:
A mayor cantidad de pensamientos, más emociones, y a la vez, a mayor cantidad de emociones más pensamientos.
Caos.
Afortunadamente en el que momento en el que me di cuenta del maldito loop, automáticamente la sobre-producción de pensamientos se detuvo y pude respirar profundo, agusto. Fue como meter el freno de mano y bajarse del carro a ver todo lo que había alrededor. Tanta cosa que, según yo, era necesario dejarla fluir eran más bien tiliches fabricados por mi cerebro innecesariamente.
Ansiedad, le llaman
¡Y yo que decía que si tenía mucha cosa adentro era porque me faltaba hacer “catarsis”! Esa fue la llave que usé para abrir la puerta que me llevó a la ansiedad.
Amo filosofar, amo ser multitasking, es más, hasta el ser dispersa y que la cabra se me vaya al monte continuamente no me preocupa; es sólo que esta vez lo llevé todo demasiado lejos y se tergiversó en algún momento. Y aunque sigo aplaudiendo el que las personas hagamos catarsis, ahora ya tengo claro que una cosa es descargar lo que traemos dentro y otra es que el expresar nos dé cuerda a generar tonteras inservibles. La línea puede ser muy delgada.
Así que aquí ando, afrontando el reto de dejar atrás mi exconcepto de catarsis y sumando esfuerzos al hábito del re-enfoque. Recordé aquella época en la que meditaba para ayudar a la mente a no clavarse en las ideas y sólo dejarlas estar y verlas pasar. Qué bonito. ¡Qué bonito y qué difícil!

